Adolescentes vulnerados. Estereotipos, prejuicios, estigmas y discriminación

En una encuesta de Unicef hecha con adolescentes entre 13 y 18 años, surge que 2 de cada 5 chicos se sintieron alguna vez discriminados. Ellos creen que la sociedad argentina, incluidos los jóvenes, es machista, racista y xenofóbica. Asociaron la discriminación a distintas formas de violencia y usaron una lista conocida de palabras para referirse a ella: agredir, faltar el respeto, separar personas, maldad, bronca, aspectos físicos, color de piel.

El 76% eligió la frase “La discriminación no está justificada porque somos todos iguales”, pero un 20% la justifica  “porque no todos somos iguales”. El aspecto físico fue el motivo más seleccionado, en relación al tamaño y peso, sobre todo  en las chicas. Entre los varones el color de la piel fue el más mencionado.

La nacionalidad, la orientación sexual, el nivel socioeconómico, la discapacidad, la religión, la provincia de origen, el origen étnico, antecedentes penales, la edad y el género, son otras razones usadas para discriminar.

Un dato particular que se desprende de la encuesta es que el género no es de los motivos más destacados. Podría leerse entre líneas que el sexismo atraviesa más de una  de las categorías citadas y que los adolescentes no perciben estas conductas como discriminatorias porque las han naturalizado e incorporado como parte de la vida cotidiana.

La escuela y la calle son los espacios donde se producen la mayor parte de los  episodios discriminatorios y se hace referencia  a los inmigrantes bolivianos como los más discriminados, y especialmente las mujeres.    

Un estudio entre adolescentes de la ciudad de Buenos Aires y el conurbano, plantea que al discriminado se le atribuye una naturaleza inferior, se los representa como transgresores del perfil dominante de la sociedad, por lo que se los asocia a  cierta peligrosidad e ilegalidad. ( Chávez Molina, Eduardo. La discriminación como una forma dinámica de desigualdad.)

Quien discrimina, en cambio se asume en una posición social superior o privilegiada. Este privilegio, material o simbólico, lo habilita a actuar discriminatoriamente.

Este principio legitimador de desigualdad, para ellos, explica las razones por las que no todos somos iguales y el por qué un colectivo social puede ser considerado inferior.

A mayores condiciones de carencia, económicas y culturales, y menor enclave geográfico, se le asocian comportamientos estereotipados, como ser tipos de conducta, vistas como no aprendidas en los entornos sociales habituales: familia, escuela, clubes. Se le suman los atributos personales como la vestimenta para relacionarlos con la criminalización.

Los adolescentes legitiman la desigualdad en torno a la noción de “FRONTERA”, incluyendo en el colectivo de los que viven en las villas a los extranjeros, a los cuales se los relaciona con el peligro.

Se clasifican a las personas de un colectivo como estereotipadas, ubicándolas en una posición inferior al grupo dominante, ya sea porque sus ”características” muestran que están fuera del espacio social mayoritario, o bien muestran subordinación. Esto es suficiente “justificación” para negarles derechos y oportunidades. Como no es “igual a”, está “por debajo de nosotros”.

Las expresiones discursivas que utilizaron,  los adolescentes del estudio, sobre la discriminación mostraron  que ésta aparece naturalizada por los jóvenes, de modo que ya son evidentes los esquemas de discriminación que incidirán en el futuro.

Existen construcciones ideológicas que hacen que miremos el mundo como algo dado, con sus estructuras y sus relaciones establecidas desde siempre. Así se cree que las normas, valoraciones y pautas culturales de una sociedad se las asume como pautas indiscutibles e inamovibles, sin analizar mucho su origen y su significación.

Estas construcciones se denominan representaciones sociales, y son construcciones sociales de un momento histórico y un lugar determinado. Por ejemplo, a las señoritas se las preparaba para ser amas de casa, y los jóvenes a los 18 años debían hacer el servicio militar; los niños aprendían en la escuela bajo el rigor del docente y sus castigos  .

Estas representaciones cambian con el tiempo, en relación a la nueva visibilización de las relaciones sociales. Muchas veces estas representaciones se asocian a grupos de personas o colectivos sociales y culturales. Así para referirse a estos grupos se usan los estereotipos.

Los estereotipos son un conjunto de ideas preestablecidas, etiquetas que se les pone a las personas que sirven para esquematizar, simplificar y estigmatizar a los distintos grupos sociales. Están constituidos por ideas, prejuicios, actitudes, creencias y opiniones preconcebidas, impuestas por la sociedad, que se aplican de forma general y amplia sobre las personas relacionadas con una nacionalidad, etnia, orientación sexual, procedencia geográfica, religión, etc, con el objetivo de señalizarlas en forma negativa. Esto los estigmatiza y los excluye, generando una relación asimétrica y categorizando la sociedad.    

No todos los estereotipos son negativos, también lo hay positivos, pero se usan mayoritariamente para menospreciar y excluir a las personas de un cierto colectivo.

Más allá de con qué intenciones se usen, son restrictivos y con cierta violencia que limita y encasilla a los otros sin permitir valorar el potencial de cada ser humano.

Parecen surgir sobre aquellos colectivos que pueden representar un problema, un peligro o una molestia para la sociedad. Esta estigmatización impide que podamos ver en la diversidad las potencialidades de las personas y los aportes a la riqueza cultural.

Por suerte los estereotipos pueden cambiar con el tiempo a partir del avance en materia de derecho y de la visibilización y  concientización de las desigualdades que se generan a partir de estos estereotipos.

La discriminación etaria, es aquella que se relaciona con los niños, los adolescentes y jóvenes y también acecha a los adultos mayores. En el caso de los adolescentes y jóvenes el discurso social prejuicioso se vincula con la heterogeneidad de este sector, y actúa sobre aspectos vinculados a las prácticas juveniles. La praxis juvenil asociada a temas de violencia, delincuencia y adicciones, generan un profundo miedo prejuicioso y los  convierten  en peligros para la sociedad. Los “rebeldes sin causa” se asociaron a desviaciones que los convirtieron en delincuentes juveniles. Escuchar cierto tipo de música, tener tatuajes o piercings, y vestir ciertas prendas, son parte de ser diferentes.

Estereotipos por los cuales los adolescentes eran “la esperanza del futuro”, se convirtieron en problemas a resolver en las escuelas, haciendo deportes o castigándolos a través de la represión y la cárcel.

Los medios de comunicación  muchas veces no muestran la realidad sino que la interpretan a través de representaciones, poniendo en juego valores, puntos de vista y formas de percibir el mundo de acuerdo a  sus propios intereses. Asumen los estereotipos como válidos y contribuyen a construir otros.  Las imágenes, la música y la palabra trabajan sobre las emociones y marcan rumbos respecto de la opinión de las masas en relación a grupos minoritarios o determinados colectivos. El poder simbólico de los medios genera ideas y acciones de unos en relación a otros, muchas veces estigmatizantes. Así los adolescentes y los jóvenes se transformaron en potenciales consumidores, de tal manera que las imágenes, modas, fenotipos, establecen estereotipos de “joven moderno” mediante la estética y no mediante la ética.

Este estereotipo se ha extendido entre los adultos también ya que muchos quieren vivir y morir como jóvenes.  

Surgió un discurso prejuicioso que clasifica los cuerpos juveniles en bonitos y feos, propagado por los medios de difusión masiva, y donde, se apartan a los que no cumplen con los estándares de medidas de belleza y de uso de ciertas marcas. Se  generan conflictos morales debido a que la sexualidad juvenil es una “invitación a pecar”, dado que el peligro está en la ausencia  de controles y orden.

Los estigmas que recaen sobre un grupo, son características que lo encasillan, lo devalúan y  le niega la posibilidad de desarrollo, por lo que se ven disminuidas sus expectativas de mejorar su calidad de vida. Existen tres tipos de estigmas que atraviesan al colectivo adolescente y juvenil: las que tienen que ver con las deformaciones del cuerpo (tatuajes, piercings, implantes) como formas de individualización y rebelión,  los defectos de carácter (alcoholismo, homosexualidad, conductas políticas extremistas, etc.) y los estigmas tribales (generados por la pertenencia a ciertos grupos por religión, raza, nación, gustos, e incluso la edad misma).

Los estigmas a diferencia de los estereotipos y los prejuicios, recaen y focalizan sobre algunos grupos dentro de los jóvenes. Así los jóvenes que migran entre fronteras sufren una doble estigmatización: la que sucede por abandonar sus lugares de origen y la que reciben en el país de llegada, porque siempre serán vistos como extraños.


Los sectores juveniles que no pueden acceder a esta movilidad se quedan fijos o inmovilizados en sus territorios. Marcados por el más grande estigma, la pobreza, los vuelve automarginados; el estigma de la exclusión, ya sea por la edad y la poca instrucción  los vuelve “excedentes de población”, “víctimas colaterales”, como diría Bauman, del progreso económico.

La tarea radica en, con una mirada adulta, en cuya construcción persista la historia juvenil personal, ver a  los jóvenes de ahora, para trabajar sobre estigmas y prejuicios naturalizados que determinan las conductas discriminatorias de las que son víctimas.   

 

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