Amores tormentosos
Cuando pensamos en el amor adolescentes nos remitimos generalmente a una tierna pareja de enamorados de aquellos que se besan en las esquinas o que se esconden para disfrutar su amor, pero la realidad de muchos de ellos deja ver a los adultos tormentas que se avecinan.
Cuando se habla
de violencia de género, violencia
familiar o doméstica, y maltrato infanto-juvenil, se hace alusión a todas
aquellas manifestaciones o consecuencias dañinas, producto de relaciones
desiguales donde una de las partes maltrata y subordina a la otra. Se define violencia de género como todos aquellos
actos que pueden resultar en un daño o sufrimiento físico, sexual, psicológico,
económico, etc., para quien o quienes los padecen. El objetivo de quien ejerce
violencia es anular el conflicto y controlar a la pareja por la vía del
maltrato, como una técnica de dominación.
Podemos remitirnos
al problema de la violencia hacia las mujeres, denominado hoy violencia de género, a la
discriminación a la que han sido sometidas y que continúan padeciendo estas en
las sociedades que sostienen culturas basadas en la inequidad entre mujeres y
varones. Esta situación está determinada por la construcción de subjetividades
que se relacionan con lo “femenino” o con lo “masculino”, que ha llevado a
asociar lo femenino con la sumisión y lo masculino con el dominio.
Nuestra sociedad
actual, con componentes de las sociedades patriarcales, transmite
creencias que, favorecen la organización familiar en torno a estructuras
rígidas, verticalistas y autoritarias, donde se genera desigualdad en cuanto a
los derechos, desarrollo de capacidades y de poderes entre sus miembros, de
acuerdo con el género y también la edad.
Cuando los
adolescentes provienen de hogares donde ya se han vivenciado y naturalizado conductas
abusivas de vinculación, ya sea a través
de manipulaciones emocionales, forzamientos físicos, privaciones u otras formas
de violencia, y se suma a ello el inicio de noviazgos, con el romanticismo inicial,
es común que los jóvenes no visualizan y
no pueden protegerse de relaciones que atacan su autoestima, su libertad, su
crecimiento y su salud. La violencia en
las relaciones de noviazgo es antecesor
de la violencia doméstica o familiar, porque se prolonga en el tiempo,
es reincidente y trae consecuencias
perjudiciales.
Es importante la
identificación de señales que puedan mostrar la existencia de vinculaciones
perjudiciales entre los adolescentes. Muchas veces el carácter abusivo de una
relación queda invisible para quienes son sus protagonistas, ya que es muy
factible que se encuentre oculto o que ocurra simultáneamente a demostraciones
de afecto y deseos compartidos de estar juntos. Es habitual que las
adolescentes confundan los reclamos, los celos, las exigencias de mantener
relaciones sexuales, la invasión en su intimidad o el control de sus
actividades, de sus decisiones y de sus relaciones, con una muestra de interés
por parte de sus parejas.
La violencia de pareja se inicia en la adolescencia y la juventud, con las relaciones de noviazgo donde la sociabilización y la adquisición de las identidades y roles de género se ven cristalizados. Las creencias de la vida de lo que es “ser hombre” o “ser mujer”, influidos por los mensajes que recibimos desde la infancia, se convierten en mandatos. Estos se vuelven estereotipos con los cuales nos educan y crecemos.
Los malos tratos, no surgen en forma abrupta sino que se van instalando de a poco, desde las primeras actitudes cotidianas de desconsideración y desvalorización, las que, una vez toleradas o pasadas por alto, pueden habilitar otras conductas de mayor importancia. En general, esta modalidad abusiva de vinculación comienza con actitudes de manipulación en el orden de lo emocional, orientadas a ubicar a la pareja en un lugar devaluado, a controlar sus decisiones y actos y a que aquella responda a los reclamos e intereses de uno de ellos.
Actitudes como la
ridiculización, las críticas, no tomar en cuenta las opiniones del otro, los
insultos, los enojos, los silencios como respuesta o la negación a entablar un
diálogo, son formas de restringir el margen de decisión. El acoso emocional en los noviazgos
adolescentes a veces es tal que las jóvenes llegan a cambiar su comportamiento,
limitan sus decisiones o el contacto con amigos, familiares y compañeros de
escuela. El maltrato puede tender a lograr que ella actúe o se comporte en
función de los objetivos y decisiones del varón, aunque esto implique la
postergación o desestimación de las necesidades, tiempos y decisiones de la
joven. Se establece un patrón vincular de dominio, a través de la exigencia de
información en cuanto a horarios o personas con las cuales se interactúa, las
escenas de celos, etc., actitudes que también pueden más tarde convertirse en
expresiones amenazantes, en hostigamiento e invasión progresiva de la
intimidad.
Muchas veces, se
observan situaciones en las que se ejerce la violencia no sólo por parte de los
integrantes de la pareja, sino también por parte de los padres, madres o ambos.
Las relaciones
sexuales o muchas de las decisiones que conciernen a su ejercicio, el momento,
el adoptar o no un método de prevención del embarazo o de las ETS, las
prácticas sexuales, etc, suelen ser otro de los espacios en los cuales el varón
es el que define. Las adolescentes explican el motivo de su inicio sexual con
afirmaciones como “él me convenció y
tuve vergüenza de decir que no”, el “por amor”, no expresan un claro deseo y decisión de
arribar a la intimidad sexual.
Un 40 % de adolescentes encuestados considera que “si inician un juego sexual no tenés derecho a cortarlo”, y otro tanto considera “que tu pareja te haga sufrir no quiere decir que no te quiera”. Las coordinadoras de un estudio realizado postulan que “no sólo se aceptan como naturales los celos y el control, sino que se considera que está bien y que son necesarios para conservar la relación”.
Los niveles de
aceptación o de minimización de estas conductas pueden variar y se toleran
estos tipos de actitudes porque temen la ruptura del vínculo, ya que se valoran: tener compañía, vivenciar
la sexualidad, sentirse importante o protegida frente a los otros, etc.
La violencia
generalmente es cíclica, y la pareja está atrapada en este ciclo, porque
alterna períodos de calma. El primer momento es de tensión, por los conflictos
no resueltos, le sigue el momento de la explosión de la violencia y el tercer
momento, donde existe arrepentimiento y promesas de cambio. Es aquí donde la
víctima vuelve a engancharse porque ve al agresor como débil y vulnerable.
Un 58% de las
mujeres darían una segunda oportunidad después de haber sufrido un maltrato y
que sus parejas se hayan disculpado. El maltrato psicológico con críticas
privadas o públicas, muchas veces es considerado normal. Por ejemplo el 42% de
los jóvenes considera normal una crítica a la forma de vestirse y arreglarse de
sus parejas.
Los varones y las mujeres son igual de controladores, pero cada uno tiene motivaciones diferentes. Ellos tienen miedo a la pérdida de status en sus grupos, mientras ellas temen el abandono o el fracaso. Esto se asocia con que un porcentaje de ellas podría tener relaciones sin protección, si sus parejas no quieren utilizar preservativos. Y son las que también sienten mayor presión sexual mientras que ellos no lo ven como un problema.
La visibilización temprana de señales y la ayuda a tiempo pueden evitar que avancen a formas graves. Por ello es tan importante alertar estos perfiles de parejas tóxicas. El desafío reside en desnaturalizar los celos y el control, y visibilizar la violencia psicológica que descalifica, humilla o menosprecian con la indiferencia.
Los jóvenes
expresan rechazo frente a la violencia, pero cuando deben tomar posición en
situaciones concretas las respuestas son confusas o contradictorias.
Los varones son
quienes más ejercen la violencia, y un empujón, una sacudida, y una amenaza de
golpe, siguen siendo actos de violencia en mayores porcentajes para las
opiniones femeninas, sin embargo un 20% de ellas considera que una bofetada en
medio de una discusión no es una acción grave. También existe violencia de
ellas hacia ellos, que generalmente se inicia como violencia psicológica y verbal
y puede llegar a hacerse física.
Ellos aún hoy
tienen un doble discurso o una doble moral respecto de la visión de sus
parejas, siguen siendo tradicionales en sus expectativas, novia amorosa,
maternal, buena ama de casa, y más abiertos y modernos respecto de sus relaciones amorosas.
La violencia
perdura porque existen fenómenos como la idealización y la doble moralidad. A
la vista de los sucesos se realzan valores, como la fidelidad, el sacrificio,
la gratitud, la familia, minimizando o
encubriendo la violencia. En cuanto a la idealización, el sentido de la media
naranja, no incluye que el amor tiene que ver con los sacrificios que hago por
el otro, satisfaciendo sus demandas, ni el “¿Quién te amará más que yo, que
permito que me pegues?
Las consecuencias
de vivir en un ambiente hostil marcado por la violencia son la depresión, la
falta de autoestima, el fracaso escolar y laboral, angustia emocional, el
aislamiento y la necesidad de evadirse. Pérdida de confianza en sí misma y los
demás, estrés postraumático, perturbaciones en el sueño y el apetito, ideas
suicidas, impacto en el bienestar de los hijos y transmisión de patrones de relación
violentos hacia ellos.
La víctima es
quien tiene que poner los límites y tomar la decisión de dar vuelta la página y
terminar con esa relación enfermiza.
Es necesario, generar debates sobre los modos
menos evidentes de ejercicio del poder, y
malos tratos, en situaciones que son muy cotidianas en la actualidad.
Las personas abusivas pueden estar muy cerca. Es tiempo de hablar con la verdad,
valorarse como persona y comprender que el amor significa dos a la par.
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