Identidad adolescente, hijos y padres en crisis. ¿Cómo sobrellevarla?

La familia es un sistema, donde  sus componentes se interrelacionan, y el vínculo entre sus integrantes se construye, porque sus miembros fundacionales se eligieron para esto. Se la define también como  todo grupo de personas unidas por un vínculo de parentesco, ya sea consanguíneo, o no,  por matrimonio o por adopción, que viven juntos por un tiempo indefinido.
familia
Es la unidad básica de la sociedad, cumple la socialización primaria del niño, y con múltiples funciones:
ü Biológica: aportando personas a la sociedad.
ü Educativa: transmite normas, valores, comportamientos y conductas
ü Económica: cubre las necesidades básicas de alimentación, vivienda, educación, salud, etc.
ü Protectora: brinda seguridad, apoyo, y contención desde lo emocional.
Existen actualmente una gran diversidad de  familias, estos nuevos modelos han evolucionado socialmente resolviendo retos y  complejidades internas, así como externas. Sin embargo no es la estructura o el tipo de familia la que determina el bienestar de los niños, sino la calidad de sus relaciones.



familia durmiendo




modelos de familiaEn todos los modelos de familia existe una función fundamental que es la protección, a pesar que por ser sistemas dinámicos, las relaciones dentro de la familia  van variando. Así las necesidades de los niños pequeños, a medida que crecen cambian hacia un trato más simétrico e igualitario, lo que a padres y madres les puede resultar difícil de comprender y hacerlos sentir que van perdiendo cercanía y conocimiento de sus propios hijos.

En el contexto de una familia, sea ésta del tipo que sea, es entonces donde un niño inicia la formación de su identidad.
Un entorno equilibrado, amoroso y maduro emocionalmente, será determinante de una identidad positiva para el niño y el futuro adolescente. 
Todo gira alrededor del tema central de los cambios de niño a adolescente. Esta etapa de pubertad que transitará será  clave para  su nueva identidad, con características personales en cuanto al nuevo cuerpo y en cuanto a su pensamiento y personalidad.

Los chicos entre los 9 y 14 años entran en un proceso importante de transformación tanto corporal como emocional - psicológico y social. Los  primeros cambios que se observan se relacionan con lo físico.
La primera confrontación del niño se produce con su propia imagen frente al espejo, cuando observa:
·        El crecimiento de los huesos largos, brazos y piernas.
·        los órganos sexuales externos, que han aumentado su tamaño, y
·        los caracteres sexuales secundarios como son el cambio de voz, el crecimiento del vello pélvico y axilar y el crecimiento de las mamas.  
 
Este crecimiento no suele ir de la mano del cambio psicológico, sino que hay un período en el cual lo emocional prima en sus actitudes y comportamientos y que intrínsecamente está relacionado con los cambios físicos que está experimentando.

Ha ingresado en uno de los llamados duelos del adolescente, el primer duelo donde no reconoce ni acepta sus cambios de niño a púber, es decir por el cuerpo que pierde y por el nuevo que no acepta, aunque lo visualiza, no logra asumirlo, porque no se identifica.
niña observándose en el espejo

Esta etapa está llena de contradicciones entre el ser y el hacer, es lo que comúnmente se conoce como la edad del pavo, porque hace cosas de niño con un cuerpo de casi adulto. Tampoco ha tomado dimensión real de su cuerpo, por lo que su actuar es un poco torpe, ya que aún no tiene dimensión real de su nuevo cuerpo.

Sus emociones están como en una montaña rusa:
ü de repente está eufórico, y de allí pasa a una depresión y angustia que no logra comprender.
ü Quiere estar acompañado y no se encuentra cómodo ni con adultos ni con sus pares por mucho tiempo, tiende a pasar muchas horas durmiendo o en soledad.
ü Tiene reacciones agresivas que quizás desconocíamos en él. Confronta con los adultos y también con sus hermanos menores.
ü Se muestra rebelde y renegado ante los consejos o pedidos de los adultos.
ü No quiere que se metan en su vida, pero a la vez reclama atención, muchas veces con comportamientos extraños o fuera de lugar.

Todas estas situaciones se condicen con la angustia, y es su forma de manifestar la tensión o crisis que soporta.

adolescentes y las emociones


Los padres suelen sentirse desconcertados frente a las actitudes de los púberes y la familia se pone a prueba. Surge la duda sobre cómo manejar estas situaciones nuevas sin ser autoritario, penalizador o indiferente.

Es importante saber que así como se intentan alejar de los adultos y sus consejos, necesitan la fiscalización de los mismos para no sentirse abandonados. Esta dualidad es parte de la crisis de identidad que atraviesan y los duelos por los que pasa.

Los duelos afectan tanto a los padres como a los hijos, son vividos por los dos.
El niño durante su infancia, cuenta con que  otras personas, sus padres, abuelos, docentes, que cumplen las  funciones de protección, abastecimiento de alimentos, abrigo, cuidado de su salud, etc. Cuando llega a la pubertad  sufre un "fracaso de personificación". No se da cuenta de cómo debe actuar, ya que no es un niño pero tampoco un adulto. Sufre una confusión de roles, y delega toda sus responsabilidades y obligaciones personales, lo que plantea conflictos familiares importantes cuando se lo interpela por sus bajas notas, o su falta de colaboración en las actividades familiares. Recurre a su grupo de pares,  forma parte de las actividades del grupo, pero no se hace cargo de sus consecuencias, por eso sus acciones están masificadas. Este es el segundo gran duelo, por la pérdida de la identidad y el rol infantil.


discusión familiar
El comportamiento de los hijos adolescentes puede causarles a los padres temor e inseguridad, irritación e impaciencia. Es importante comprender la necesidad e importancia de los cambios por los que sus hijos transitan, pero también es importante no perder de vista que el rol del adulto es el acompañamiento firme, seguro de que marcar pautas claras serán beneficiosas para encauzar el caos emocional de nuestros adolescentes.

La forma de relacionarse con sus padres cambia radicalmente, lo que nos da la pauta de que están transitando el tercer duelo, la pérdida de los padres de la infancia.

Comienzan a separarse de "mamá y papá" y a ser más independientes, sus padres dejan de ser sus héroes que tenían la verdad absoluta y ellos comienzan a cuestionarlos. Al mismo tiempo, los chicos de esta edad cada vez dan mayor importancia al modo en que los ven los demás, especialmente los demás chicos de su edad, e intentan desesperadamente "encajar" en el grupo y ser aceptados. Sus amigos se vuelven mucho más importantes, en comparación con sus padres, a la hora de tomar decisiones.
Se marca el "fin de la relación de dependencia" que mantenía con los padres.
Es más que obvio que sigue dependiendo de ellos, no sólo económicamente, sino sentimentalmente, ya que necesitan de la comprensión y la aprobación de éstos  para sentirse aceptado. Además tiene la necesidad de una identidad fuera de la familia, aunque inconscientemente, también se siente parte de ella. Es una contradicción más de las muchas que caracterizan esta etapa.

La independencia de la que hablamos es relativa, ya que si le dieran una verdadera libertad, la sentiría como abandono. Es importante que este cambio, de una dependencia total de sus padres, a una pseudo-independencia, sea lento. Esto facilitará su independencia en un futuro, y hará menos traumático el pasaje por los duelos.

A partir de sus cambios físicos y psíquicos descubren un mundo fuera del ámbito familiar que es motivo de distanciamiento y se percibe como que ya no necesitan el apoyo familiar. En realidad las necesidades son diferentes y algo más complejas. Esto es así porque la familia es el primer vínculo afectivo y de confianza, además de su referente de seguridad.

La familia es la mejor influencia que marca el tipo de persona en que se van a convertir. Es el modelo más cercano que tienen para poder enfrentarse al futuro, y saben que los padres han  pasado por lo mismo que ellos, aunque con otra perspectiva histórica.
Los menores tienen un mejor ajuste emocional cuando se encuentran unidos a sus familias. Cuando los padres se ganan el respeto de sus hijos e hijas estos asimilan de mejor forma sus indicaciones. Es lo que se denomina legitimidad parental. Saberlos cerca y poder compartir con ellos tiempo y espacios de intercambio y charla ayuda a afianzar su individualización, su autoestima y su independencia. 

También requieren normas y límites claros, razonados y justificados, eso forma parte de la protección. Hay que ir ajustando poco a poco el control a sus necesidades, que irá disminuyendo conforme vayan creciendo. La consistencia de las normas es fundamental, también resulta importante que haya acuerdo y consenso entre ambos progenitores y que su comportamiento sea coherente con lo que reclaman.

padre e hijoModerar nuestras reacciones para tratar de no perder el control, ayudará a propiciar un clima familiar relajado. Aunque siguen precisando supervisión van reclamando su espacio y debemos ir otorgándoselo. Deben sentir que confiamos en ellos y para conseguirlo debemos escucharlos sin prejuzgar.

Cuanto más tranquilos y sin intenciones de prejuzgar o criticar a sus amigos, sus actividades o sus actitudes, los escuchemos, mejor conexión lograremos con los adolescentes y lograremos conocer y acercarnos a su mundo. Si algo de este mundo no nos parece adecuado tendremos que tomarlo con calma, valorando la confianza depositada en nosotros, y en otro momento buscar la forma de abordar el tema. Se trata de un control conductual con afecto, una monitorización.

Es importante que respetemos su espacio y no seamos intrusivos en su intimidad, y que el adolescente confíe en que no seremos transgresores de esta regla. Perderíamos su confianza si la violamos y descubren que hemos   revisado su celular, por ejemplo.

Aunque  aumentan las discusiones y existen menos muestras de afecto no debemos ser fatalistas y hay que tratar de valorar los conflictos con objetividad. Los adolescentes por sus cambios hormonales son más irritables y con mayor inestabilidad emocional, por lo que cambia la manera de comunicarnos. Se debe evitar las continuas críticas y sermones, ya que se encuentran vulnerables y su autoestima es frágil, por lo que debemos de fomentar sus competencias y habilidades.
Entender sus problemas desde su perspectiva, sin restarles importancia, ya que para ellos son relevantes, y escucharlos con atención, es una forma de fomentar una buena relación y ayudarlos a buscar soluciones amigables.

Serán comunes las discusiones en las que empezarán a manifestar sus opiniones y necesitarán diferenciarlas de las nuestras. Pensar de manera distinta a quienes los criaron es una forma de reafirmar su autonomía, lo cual es algo positivo. No significa que ellos tengan la última palabra, pero sí de que podamos escucharlos y de permitirles formar parte en la toma de decisiones, no se trata de imponer sino de argumentar. Sin minimizar su opinión, mostrar otra  con argumento sólido, es una forma de que pueda pensar, replantear o afianzar su postura.


Negociemos con ellos, respetemos sus puntos de vistas y busquemos soluciones donde todos ganemos, elijamos el mal menor. Tienen derecho a equivocarse, asesorémosles y orientémosles pero también respetemos sus decisiones, tienen que aprender a reconocer si se han equivocado y a  tolerar sus propias frustraciones, de estas situaciones surgen grandes aprendizajes.

Una buena comunicación aumenta la satisfacción, reduce los conflictos y nos une más. De este modo disminuyen las conductas de riesgo y desarrollan habilidades para resolver situaciones complejas.

Los conflictos conyugales influyen en los menores. La forma en que resolvemos las dificultades de pareja supone un modelo para ellos, y la forma en que nuestros hijos resuelvan los conflictos con nosotros tienen mucho que ver con lo que les hemos mostrado en el hogar.

Nosotros, los adultos, también cambiamos y evolucionamos, y estos cambios pueden desconcertarlos. Ser justos con nuestros hijos y no sumarles a ellos con problemas personales. A veces se espera que ellos cumplan con ciertas expectativas que se asocian a frustraciones personales, y que sobrecargan a los adolescentes. 
  
Es fundamental aquí que los padres se sientan seguros de sí mismos, con una autoestima adecuada, que proyecten una buena imagen de sí mismos ya que esto influye positivamente en la imagen que tengan sus hijos de sí mismos también. No hay que olvidar que los hijos los ven como modelos de lo que ellos quieren llegar a ser.

Si queremos que los jóvenes maduren hay que respetar su individualidad y su distanciamiento. Es bueno que tomen las riendas de sus vidas.
Seamos partícipes en la promoción de su autonomía, y en el desarrollo de sus habilidades personales,  acompañándolos desde la cercanía afectiva para que sepan que pueden contar con nosotros de manera incondicional.




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